jueves, 4 de septiembre de 2014
Una simple carta.
Siento
haberte decepcionado. En realidad, creo que es demasiado fácil hacerlo
cuando no espero nada de mí mismo. Ni siquiera sé quién soy. Llevo unas
semanas en las que parece que el mundo se esté encogiendo, y cada vez
hay menos aire, y yo me pongo más nervioso. Hace mucho que no lloro. Mi
tristeza es una de esas que se ocultan por vergüenza. Sé que hay motivos
suficientes para ser feliz, pero si me
pongo a buscarlos no los encuentro. Y eso me desespera, así que ya ni me
lo propongo. Ahora me dejo marchitar, como le puede pasar a una flor
que no puede luchar contra el invierno. Sí que es cierto que luego llega
la primavera, y de aquella flor vuelven a brotar los colores de otra
vida. Han sido millones de años de evolución. A mí, sin embargo, sea la
estación que sea, nunca se me ocurre recuperarme. Hoy, por ejemplo, al
despertarme y mirar por la ventana, y ver el día gris que hacía, me he
dicho “ni lo intentes”. Y desde entonces estoy ahogando la soledad en
alguna esquina de la casa, como si tratase de adoptar la postura más
cómoda con la que sentarme a esperar algo. Ni siquiera sé lo que espero.
Qué putada más grande. Ojalá tú estés siendo muy feliz. O feliz, a
secas. Miénteme, si acaso no lo estás siendo. Necesito saber que alguien
supo salir a tiempo de esta debacle, y que hay vida después de aquí.
Cuando yo me doy cuenta de que estoy condenado a quedarme, me gusta
pensar que en el mundo tiene que haber un necesario equilibrio. Y que
algunas personas tienen que perderse del todo, para que otras puedan
apreciar lo maravilloso que debe de ser haber encontrado su lugar en el
mundo. Prométeme que encontrarás ese sitio. Yo me perderé por ti, si
hace falta.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario