Qué
quedará de nosotros, de ti y de mí, cuando dejemos de intentarnos, cuando el
orgullo gane el pulso y cuando le abramos la puerta al insomnio por las noches,
de madrugada, y ya nada importe demasiado. Qué quedará cuando, en nuestros
cuartos, tumbados en la cama, parezcamos dos cadáveres, tan fríos y con esa
triste sonrisa en la mirada que deja la distancia cuando mata. Qué quedará, yo
no lo sé, no me preguntes; no me mires, voy a llorar, a correr tan fuerte y a
huir tan rápido que quizá me rompa ahora mismo. Demasiadas ganas, cariño,
demasiadas ganas me han caducado mientras te esperaba sentadito en todas mis
indecisiones. Y no he podido hacer mucho. No pude aprender a olvidar antes de
que comenzases a doler. Y nunca supe cerrar los ojos hasta desaparecer. Ha sido
un poco como llegar demasiado tarde, pero ya me voy acostumbrando. Y de nuevo la
única forma que tengo de gritar es escribiendo, ahogándome en palabras que nunca
te dije, que siempre estuvieron ahí, calladas, quemándome la garganta y dejando
cicatriz. Algunos "Te quiero" y "Te echo de menos", otros "Ojalá estuvieses
aquí" y un tímido "Vuelve pronto". Pero no. Pero no, ni tú ni yo, ni querernos
ya, ni tú volver ni yo perseguirte. Ahora ya pasar página, sin querer, sin
poder, con ese brillo en los ojos de que voy a llorar en cuanto deje de
engañarme, que no soy tan fuerte. Y es que a mí, y eso ya lo sabes, siempre me
han dado miedo los finales, quizá porque son inevitables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario