miércoles, 25 de junio de 2014
La soledad llama a mi puerta si tu no estas.
Si te
vas, yo no podría quedarme. La verdad es que busco tu nombre en las
bocas de otros, para tener así una excusa y encerrarte en mi cabeza.
Pero, fíjate, me tiemblan las piernas de correr y la vida. Aunque más, y
sobre todo, la vida. Cuando escribes y te das cuenta de que no sirve de
nada, escribes más por si acaso. Aunque duela y aunque eso sólo me lo
pueda curar todos los abrazos que podrías darme.
Pero a mí no me espera nadie, en ningún sitio. Llevo la soledad tan
hundida en la piel, que ya no sé dónde empiezo yo y termina ella. Han
desaparecido las fronteras. Podría intentarlo y no obstante, jamás
podría explicar lo duro que es vivir sin que uno mismo sepa hacerlo.
Llueve y de repente me siento lluvia. Cuando sale el sol simplemente me
siento feliz como si la felicidad fuese un baile del que desconozco los
pasos. Pero quisiera saber contrargumentar a la tristeza. Decirle "oye,
mira, di lo que quieras que yo la tengo a ella y con eso me sobra". No
sé. Se me ha vuelto una enredadera la esperanza, y las palabras una soga
que me ato alrededor del cuello. Puedo pedirte que me salves, pero por
si no lo haces, he preferido morirme algunos días a la espera de que te
des cuenta de lo bonito que sería que apretases el gatillo de una vez
por todas. No me digas adónde apuntarás, no quiero saberlo.
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