domingo, 23 de febrero de 2014
Quiza.
Eran
dos personas con sus ojos buscando mirar algo que les hiciese brillar, y
con sus bocas sedientas de decir poesía y callarse con un beso.
Personas con sus brazos fríos sin algún cuerpo al que agarrarse, y sus
manos vacías si nadie que las cogiera al caminar por la calle. Eran
personas con las lágrimas cayéndoles adentro, porque llevaban mucho
tiempo evitando gritar. "¿A quién le gustan los ruídos
fuertes?", pensaban. Y se callaban. Eran personas-andenes, de esas a
las que llegan trenes que a veces están vacíos, pero nunca dejaban de
esperar. Tenían una sonrisa para llorar sin que nadie se diese cuenta, y
otra para cuando estaban solos y sacaban a pasear las cicatrices. De
noche soñaban un poco antes de dormirse, y miraban por la ventana,
cerraban los ojos, apretaban los dientes. Se convertían en invierno
cuando algún silencio les recordaba que estaban solos. Y buceaban hasta
tocar el fondo de ellos mismos, creyendo encontrar respuestas allí
adonde sólo parecía haber muerte. Miraban las agujas del reloj moverse,
tan quietos, y las horas se pasaban volando como esos aviones surcando
el cielo en los que deseban marcharse lejos. Lejos, como si uno pudiese
escapar lo suficiente llevándose con él a uno mismo. Eran dos personas
como esas a las que ves por la calle, pero no miras. Dos personas de
esas que dicen que todo va bien mientras se están derrumbando. Dos
personas, en definitiva, como nosotros. O es que somos nosotros. Quizá.
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